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Palabras prohibidas en boca de niños

Tu, que piensas...

Tu, que piensas...

 Poco le costó encontrar entre las calles del barrio del Carmen, al elemento imprescindible de su duda. Quería seleccionar, según el, la persona más idónea para su pregunta existencial, buscaba con los ojos y fijándose en los rostros iba localizando poco a poco aquel merecedor de su proyecto. Rodeado de podredumbre, con aquel castillo de cartones, junto a la basura que acostumbra a estar siempre al acecho del más desaliñado, metido entre tristes y húmedas mantas, se encontraba Cristian.
Más conocido como “el Cristo” por su barba larga y rizada y su expresión siempre amable y cordial con los compañeros de barrio, se ganaba la vida pintando con unos cuantos colores que un día tuvo la suerte de encontrar tirados en el suelo.
En cuanto se plantó junto a él, se encendió un cigarrillo y sin mirarle si quiera a la cara, ardiendo como fuego de las fallas, le dedicó estas palabras…
- “Disculpe, pero le he estado observando cierto tiempo, todos los días a la misma hora y nunca lo he visto hacer más que esos dibujos que nadie compra. Veo como se mofan de usted por la calle y pese a ello les dedica su más dulce sonrisa, los barrenderos le tratan con respeto el tiempo justo para recoger la suciedad que hay a su alrededor para después mirarle como si quisieran meterlo entre sus bolsas negras, todos los elementos de la calle a excepción de los animales desconfían de ustedes, amos de la calle y de la pobreza. Dígame, ¿Cómo es posible ser feliz en este mundo donde los enemigos son aquellos que le alimentan?, vengo a ofrecerle mi casa a cambio de que aprenda un oficio, no es por caridad sino por amor a la vida. ¿se vendría conmigo esta misma tarde?”
Ante la ausencia de respuesta, tras quedarse un buen rato mirándolo pensó, “lo sabía”, dando media vuelta desapareció. A veces, solucionar una pregunta sin comprender que ha surgido otra, puede disfrazar el sepulcro en silencio…

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