Un mundo maravilloso
Cuentan las leyendas que hace mucho, muchísimo tiempo, existió un dios malvado que intento arruinar la vida en nuestra tierra. Para ello debía destruirse a si mismo, consumir todo su poder en un único acto vengativo y corrupto.
Mientras las cenizas que quedaban del cuerpo divino se desvanecían con el viento, la Luna, grande y redonda como sólo unas pocas veces al año podemos disfrutar, comenzó a dar la vuelta
y la tierra, cambió de rumbo, alejando la luz de su habitual encuentro.
Pero lo que nadie sabía, es que al mismo tiempo en que ocurría esto, un nuevo ser comenzaba a cobrar vida, un ser al que bautizaron bajo el nombre de Ioannem, bendecido por los dioses del bien que le hicieron un regalo
Le dieron el don de cambiar el mundo solamente una vez, y en su piel comenzó a cobrar forma un símbolo, una luna grande y redonda.
Los campos desaparecieron a nuestros ojos, la distancia se convirtió en un misterio, solo unos pocos afortunados podían abrirse camino entre la absoluta oscuridad.
Al convertirse el mundo en ausencia de luz, resultó que la humanidad entera perdió una cosa
la capacidad de soñar. Al dejar de soñar nuestras mentes sufrían duramente por las noches y poco a poco, la creatividad y el ingenio fueron desapareciendo, borrando a su paso la mayoría de sensaciones que posee todo ser humano.
Ya no se escribían cuentos, no se dibujaban cuadros, ni se inventaban canciones. Todos los recuerdos o momentos maravillosos comenzaron a borrarse de la memoria, la gente se hacía más triste y poco a poco, la tierra se sumió en la soledad.
Al mismo tiempo, toda la energía de la tierra, equilibrada hasta entonces, empezó a cambiar
comenzó a tomar forma y a originar cambios en la superficie de la tierra.
La temperatura descendió, los bosques se marchitaban, la belleza se perdía a cada instante y asolaba a su paso los corazones.
Ioannem fue creciendo y aprendiendo de la miseria de la vida, cuando se nace en un mundo de tristeza, la soledad es la única fuerza que te permite seguir caminando, te aferras a ti mismo y te observas como si fuera a través de un espejo.
Un buen día, su madre le dijo:
- Mi niño, quiero que vayas a buscar algo muy importante para mí, quiero una hoja del último olivo que queda en la tierra y se esconde en el interior del bosque de la luna. Si me la traes puede que consiga salvar el mundo.
Ioannem, que hacía tiempo que dejó de sonreír, logró cambiar su expresión y sentir un brillo de esperanza que le inundó por dentro una sensación extraña pero agradable. Su madre era una importante hechicera y seguramente sabría que hacer con esa hoja. Se despidió de su madre quien comenzaba a derramar una tierna lágrima en su mejilla y salió corriendo montaña arriba hacia su destino.
Al entrar en el bosque, comenzó a sentir miedo, los ruidos extraños no cesaban en hacerle creer que pronto iba a ser engullido por algún ser maligno.
Una voz grave y juguetona surgió de lo alto de un árbol:
- Hay de aquel que se acerque al olivo, solo conseguirá traer la desgracia a los que jueguen con la suerte.
- Vete viejo búho, solo traes palabras de desgracia, yo solo escucho a los que con palabras de amor me aconsejan.
Y siguió su camino, pero de lo que no se daba cuenta, era que tras la conversación, a cada paso que daba una flor crecía de forma espontánea bajo sus pies. De todos los colores más maravillosos que se puedan imaginar, menos mal que no se dio cuenta, sino solo el destino sabe si hubiera seguido caminando.
Seguía sin ver el árbol, pero la paciencia era algo que pese a su tierna edad había desarrollado bastante, así que siguió subiendo.
Detrás de una gran roca, unos ojos acechantes le observaban, la figura ascendió a lo alto de la estructura y se tumbó en toda su magnitud y su pelaje negro, era la pantera más grande que ha existido en la tierra, desde allí le dedicó estas palabras:
- Huye de aquí si no quieres que te coman los animales salvajes, tenemos hambre y muchos dientes que desean clavarse en tu carne.
- Sal de mi vista viejo gatito o haré de ti un chaleco para mi madre, solo escucharé al que con palabras de amor se acerque a mi.
Ioannem comenzó a caminar más deprisa, bien por la amenaza como por el enfado de ver como los propios animales le recomendaban que cesara en su misión, pero no pensaba defraudar a su madre, así que continuó su camino, pero esta vez a cada paso que daba, no solamente florecían las más bellas flores, sino que comenzaba a expandirse desde la planta de sus pies una fina hierba del color más verde jamás visto, que se abría paso entre la oscuridad.
Por fin veía desde la distancia el viejo árbol gigantesco, desde alli se podía ver que era imposible escalar hasta la parte más alta, que eran donde se encontraban las hojas del olivo. Comenzó a venirse abajo, a pensar en todo lo que tendría que hacer hasta lograr alcanzar esa hoja, pero su cabeza le hacía caminar mientras se debatía con estos sentimientos.
La última águila que quedaba en la tierra bajó volando hasta Ioannem y como ya estaba acostumbrado a los sermones, decidió descansar mientras se posaba y le miraba:
- Llevo años viendo toda esta tierra y prefiero la muerte a seguir viviendo aquí, veo que traes la naturaleza en tu seno, sube a mi espalda y te llevaré done anhelas.
- Gracias, pensaba que en este mundo no quedaba amor, pero veo que cuando se tienen alas, es más fácil ver la realidad que uno no se atreve a mirar.
Volaron hasta lo más alto de árbol, en ese momento se dio cuenta de que tenía vértigo, pero por amor a su madre y confiando en cambiar la tierra, consiguió arrancar una ramita del árbol.
En ese instante, el árbol comenzó a florecer, desde sus raíces hasta donde ellos se encontraban, era fascinante ver como en cuestión de segundos brotaban maravillosos tallos, bellísimos juncos y las más tiernas hojas del olivo. El árbol se llenó de colores y olores nuevos para Ioannem:
- ¿Es posible que haya echo esto?- se preguntó el joven niño a sí mismo.
- Poco falta para que entiendas lo que eres mi querido joven, solo falta una pizca de tristeza, sin ella no entenderás en qué consiste la vida.
Dicho esto el águila voló lo más rápido que pudo, atravesó todo el bosque mientras Ioannem devoraba con la mirada los cambios que se habían producido en la tierra.
Su madre le esperaba junto al altar donde solía mezclar distintos elementos para crear pociones curativas para su pueblo, una sonrisa tierna y empapada en lágrimas sorprendió al niño que tan alegremente se acercaba a ella.
Le entregó la ramita de olivo, pero justo en el mismo instante en que se producía el cambio de manos, la madre de Ioannem perdió la vida.
Ante los ojos abiertos de su hijo, el cuerpo se dejó caer débilmente, buscando su espacio sepulcral junto al altar de la curación. Los ojos llenos de lágrimas que no querían salir, la boca abierta sin emitir sonido alguno, paralizado hasta los pelos del cabello
- Por fin sabes tu destino Ioannem, eres el ser que otorga y quita la vida, solo tu cambiarás el mundo, en tus manos está cambiar las cosas, pero ¿Cómo? Cuando la angustia te corroe es difícil ver el camino, ahora solo te queda pensar.
El águila dio la vuelta y desapareció. En medio de la nada, con su pobre madre muerta, se encontró tan solo como nunca había sentido su corazón. Recuerdos que le llenaban por fin los ojos de lágrimas, cuidados que solo el podía disfrutar de su madre, miles de retazos de conversaciones que cambiaron su vida, todo lo que veía ante si era desesperación y contradicción.
Sin pensarlo, comenzó a correr, cada vez más rápido y angustiado, sin dirección y sin saber a donde ir, agotando sus fuerzas como si quisiera llegar al fin del mundo y dar muerte a su esencia. La ira crecía en su interior y cuando quiso darse cuenta, se encontraba frente al viejo olivo rebosante de color.
Cerrando los puños y mirando al cielo emitió su única pregunta, por qué, pero fue el grito más aterrador, el más fuerte, de su voz emanaba una energía que desconocía y ampliaba su angustia a todo el universo. Todos los seres de la tierra por unos segundos permanecieron quietos al escuchar aquel lamento, todos comenzaron a observar algo maravilloso.
La luna comenzaba a perfilarse lentamente ante sus ojos, poco a poco iba dejando un rastro de luz en la tierra, a medida que bañaba con su dulce luz, los campos florecían, los ríos cobraban vida, los animales se atrevían a salir para observar el espectáculo.
También este cambio empezó a devolver los sueños, el amor, la creatividad, la imaginación, las sonrisas todo, y comenzó a brillar su marca cerca del hombro, se quedó observándola un rato y por fin lo supo.
Supo quien era y lo que debía hacer, cerró los ojos, se concentró como nunca lo había echo y trató de imaginar, comenzó a perfilar en su mente curvas, figuras que se entremezclaban e iban dando forma a la belleza, perfilando, coloreando, dando profundidad. Primero una mano, los ojos, una nariz, los brazos largos y finos, las caderas, los pechos, y así hasta tener en mente a su madre.
Abrió los ojos y allí estaba con los brazos abiertos de par en par y lágrimas en los ojos, se abrazaron y lloraron largo tiempo, su madre solamente le dijo:
- Por fin sabes lo que eres
- ¿Por qué te dejaste morir?
- Porque solamente cuando vives con el dolor, amas con verdadero sentido, sino hubiera muerto nunca hubieras desarrollado tu energía. Siempre tuve fe en que lo conseguirías y hasta la muerte te acompañé, por la madre tierra y por nosotros.
- Gracias- le contestó- pero ahora tengo que hacer algo
Cerró los ojos e imaginó un mundo maravilloso.
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